[...] Max Milner, un estudioso en quien pueden encontrar una fuente de primer orden para profundizar sobre todo esto que les cuento, sugiere que el desarrollo de la óptica y la popularización de los espectáculos de fantasmagorías transforman, incluso, la representación literaria de lo fantástico. En un libro maravilloso que se llama, precisamente, La fantasmagoría, Milner plantea esta relación de la óptica con la literatura fantástica.
Antes de discutir la naturaleza de dicha relación, quisiera señalar algo que me parece fundamental. Se suele considerar, de manera me parece muy ingenua, que la imaginación no está atada a nada concreto. Cuando estudiaba la Licenciatura en Historia, se solía llamar a la imaginación “la loca de la casa”. Imagínense ustedes. Es común hablar de la imaginación, de manera negativa o positiva, en relación con la locura, por un lado, o la libertad más plena, por el otro. Muchas veces se usan imaginación y fantasía como sinónimos. Pero la imaginación es algo distinto, una actividad mucho más común y menos sublime, definitivamente menos sublime de lo que se supone: la imaginación es la facultad para retener y organizar las informaciones y estímulos que recogen los sentidos. Y esto es algo que se hace todo el tiempo. Si yo les digo las palabras “caballo” y “hombre” sus mentes generan al instante imágenes, fantasmas, de lo que podrían ser un caballo y un hombre. Si les digo “centauro”, la mente opera de otra manera, organizando los conceptos anteriores no a partir de la pura información de la experiencia y los sentidos, de lo visible, sino desde una lógica nueva, de lo que no se ve ni pertenece al espacio de lo sensible (Ferraris, 14). Esto es la fantasía, la imaginación fantástica. De ahí que toda inteligencia, toda ciencia y todo arte son prácticas de imaginación, aunque de naturaleza distinta, por supuesto.
Dicho esto, es posible pensar, como Max Milner, que la imaginación fantástica moderna, la que se desarrolla en el siglo XIX, principalmente, está condicionada por un régimen de imaginación más amplio, que no necesariamente tiene que ver con el arte. Las condiciones de la mirada estaban transformándose. La secularización del mundo moderno no significó, simplemente, la desaparición de los demonios y los monstruos. De hecho, lo invisible encontró la manera de hacerse visible. En esto consiste la mirada fantasma. En el surgimiento de una nueva forma de ver la realidad o, mejor dicho, la aparición de una forma de extender, de ampliar lo real. A los objetos visibles se agregaron simulacros cuya última pretención no fue la de sustituir al mundo por una especie de engaño, sino la de ampliarlo. Comenzar a hacer posible, ya entonces, lo que hoy entenderíamos en la cibercultura como una realidad aumentada.
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